Con la excusa de proteger la industria nacional, Donald Trump ha vuelto a encender la mecha del proteccionismo agresivo. A partir del 9 de abril, entraron en vigor nuevos aranceles que castigan a 57 países, incluyendo aliados históricos como la Unión Europea y Japón, bajo el argumento de que “se están enriqueciendo a costa de Estados Unidos”.
La medida, que impone aranceles de hasta el 50% a ciertos productos, responde a una visión profundamente anticuada y nacionalista del comercio internacional. Trump insiste en que los déficits comerciales son una humillación nacional, cuando en realidad son parte de un sistema interdependiente y global. Pero su lógica no busca cooperación, sino castigo.
Europa no tardó en reaccionar, y ya prepara represalias. Bruselas propuso medidas escalonadas, con aranceles a productos sensibles como automóviles, maquinaria y bienes agrícolas, en una respuesta medida, pero firme. Aún así, Trump se burla de los intentos diplomáticos: “Me están lamiendo el culo”, dijo públicamente sobre los países que buscan negociar con su administración.
En paralelo, el enfrentamiento con China escala aún más, con un arancel total que alcanza el 104%. Pekín denunció el enfoque chantajista de Washington y ya presentó una queja formal ante la Organización Mundial del Comercio.
Trump afirma que estos aranceles financiarán recortes de impuestos, pero el verdadero costo lo pagarán los consumidores, las empresas y la estabilidad global. Mientras tanto, el mundo toma nota y empieza a buscar nuevos socios. El aislacionismo de Trump puede dejar a Estados Unidos fuera de juego.