REBORDPRIME: ¿Que tiene Tomás Rebord para decir acerca del contexto internacional y la posición estratégica de argentina? EXPLOSIVA EDIBORDIAL

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En su Edibordial del 7 de abril, Tomás Rebord dedicó una de sus emisiones más filosas y encendidas a desnudar el sinsentido geopolítico del gobierno de Javier Milei, compararlo con la narrativa imperial de Donald Trump y anticipar, con entusiasmo, un escenario que se hacía esperar: una verdadera interna en el peronismo. Con más de una hora de monólogo —que, como siempre, arrancó con un largo bloque de humor autorreferencial—, la parte verdaderamente sustanciosa comenzó recién a las 21:24, cuando dejó de hablar de sí mismo. Desde ese momento, la editorial tomó vuelo, y lo hizo con una contundente crítica al desorden internacional del mileísmo.

Milei: de subordinación a papelón global

La crítica a Milei no fue una simple burla. Rebord ofreció un análisis estratégico, impiadoso, y por momentos casi académico, sobre la absoluta desorientación internacional del presidente argentino. Lo llamó “una caricatura geopolítica”, al señalar que Milei no solo renunció a cualquier noción de multilateralismo, sino que además se alinea con potencias en decadencia o de forma contradictoria. “Milei está haciendo exactamente lo que ninguna escuela de pensamiento internacional recomendaría”, afirmó, en lo que respecta a ir en contra de la línea internacional argentina de negar que la soberanía es de quien habita.

“El mundo no es Twitter. Y la política internacional no se hace con likes”

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Uno de los ejes centrales fue el caso Malvinas. Rebord sostuvo que no se trata solo de un desacierto comunicacional, sino de un problema doctrinario profundo. “La política exterior de Milei no es ‘libertaria’ ni ‘realista’, es directamente amateur”, dijo, tras repasar las declaraciones del presidente en las que niega el colonialismo británico y se niega a priorizar el reclamo de soberanía. Para Rebord, esa postura no solo es funcional al Reino Unido, sino que constituye una cesión de soberanía por vía discursiva, algo que ningún presidente argentino se había animado a hacer tan explícitamente desde la posguerra.

“Si de soberanía sobre las Malvinas se trata, nosotros dejamos en claro que el voto más importante de todos es el que se hace por los pies y anhelamos que los malvinenses decidan algún día votarnos con los pies a nosotros. Por eso buscamos ser una potencia, a punto tal que ellos prefieran ser argentinos, que no haga falta usar la disuasión o el convencimiento para lograrlo”, Javier Milei en el Acto del 2 de abril de 2025

Además, lo acusó de vivir en una “fantasía atlántica”, subordinándose a Estados Unidos y al Reino Unido como si eso pudiera traducirse en beneficios tangibles. “La Argentina no va a entrar en el primer mundo porque Milei les ladre a los comunistas de Taiwán. Eso es cosplay de Thatcher”, ironizó. En ese sentido, resaltó la contradicción de querer acercarse a Donald Trump (si vuelve al poder) mientras se rechazan relaciones con China, Rusia o Brasil, potencias con fuerte presencia regional o global que podrían aportar inversiones, comercio y contrapeso estratégico.

Por momentos, la editorial tomó el tono de una clase magistral de geopolítica: Rebord explicó que ni siquiera los aliados naturales de Estados Unidos adoptan una postura tan binaria como la de Milei, y que todos los países con mínima racionalidad estratégica diversifican sus alianzas. “El mundo no es Twitter. Y la política internacional no se hace con likes”, disparó.

Trump: “El imperio en patas” y la política kuka en versión imperial

El segundo tramo fuerte de la Edibordial giró en torno a Donald Trump, pero lejos de caer en el lugar común de tildarlo simplemente de “facho”, Rebord elaboró un análisis provocador: sostuvo que Trump es “kuka en su manera de hacer política”, en el sentido de que representa a una figura que tensiona, polariza y rompe con el orden institucional tradicional —pero lo hace en nombre de una épica popular que interpela al estadounidense medio desde abajo.

Tomas Rebord con Ernesto Tenembaum en las elecciones de Estados Unidos

“Trump es kuka, no por ideología, sino por método. Por cómo desestructura la política clásica, cómo interpela al pueblo, cómo construye enemigos internos y externos, y cómo genera identidad a través de la confrontación”, dijo Rebord, aclarando que se refiere estrictamente a la forma, no al contenido. “No es que sea peronista —lejos de eso—, pero entendió algo que muchos progres no: que la política se construye con emoción, con símbolos, con gestos que desbordan el protocolo”.

La comparación no se detuvo ahí. Rebord insistió en que el fenómeno Trump es el emergente de una crisis profunda en el modelo de hegemonía global norteamericano. “Estados Unidos ya no puede sostener la diplomacia clásica de las élites liberales. Necesita un loco en la puerta de la fábrica que grite ‘América para los americanos’ mientras el sistema se cae a pedazos. Esa es la función de Trump: ponerle voz a un imperio en declive que no puede seguir fingiendo moderación.”

En esa línea, sostuvo que Trump es coherente con los intereses estadounidenses, a diferencia de Milei, que lo copia sin entenderlo. “Trump no rompe con China, no cede sus recursos, no entrega su soberanía. Al contrario: usa la bandera para arriar inversiones, protege su industria, y aunque lo haga con formas brutales, lo hace desde una lógica imperial. Milei, en cambio, es un influencer entusiasta, un fanático sin poder que cree que si grita más fuerte lo van a invitar al club de los grandes.”

Cerró el bloque afirmando que mientras Trump representa una estética de poder brutal pero nacional, Milei representa la sumisión. “No es que Trump sea admirable. Es funcional. Es el rostro de un imperio que entendió que su única forma de seguir gobernando es haciéndose el loco. Milei, en cambio, ni siquiera gobierna: tuitea.”

¿INTERNAS SIN CUERPO? EL PERONISMO BONAERENSE FRENTE A SU PROPIA ENCRUCIJADA

Tomás Rebord ofreció un análisis quirúrgico del panorama político en la Provincia de Buenos Aires, donde el peronismo se enfrenta a un escenario inédito, marcado por rupturas, desdoblamientos y la ausencia de sustancia programática clara. “Se viene un quilombo”, dijo, sin rodeos. El punto de partida es el fraccionamiento del armado electoral: listas separadas dentro del mismo bloque que, a nivel provincial, es oficialista, pero que opera como opositor frente al gobierno nacional. Esta ambigüedad genera una tensión estructural que, según Rebord, implica una desautorización concreta del liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner. No lo dice en tono de juicio de valor, sino como descripción de un reordenamiento de poder que está en marcha.

La clave que Rebord resalta es que esta discusión no tiene contenido político claro. “Carece de sustancia”, afirma. La interna —al menos hasta ahora— no se alimenta de diferencias programáticas o ideológicas reales. Nadie puede explicar con claridad en qué se diferencia un eventual gobierno de Axel Kicillof de uno de La Cámpora o viceversa. La disputa, entonces, es de liderazgo, no de ideas: “Se discute quién decide”. Y eso, para Rebord, es el síntoma de una política que perdió densidad.

Lo curioso del momento, según explica, es que ante ese vacío, sectores que históricamente se enfrentaban empiezan a prestarse argumentos. Así, elementos del morenismo —la línea de Guillermo Moreno— comienzan a filtrarse en el discurso camporista, lo cual produce un “fenómeno muy gracioso”: el “ferreterismo” (una forma de nombrar la política industrialista de Moreno) hace metástasis en internas ajenas.

Lo curioso del momento, según explica, es que ante ese vacío, sectores que históricamente se enfrentaban empiezan a prestarse argumentos. Así, elementos del morenismo —la línea de Guillermo Moreno— comienzan a filtrarse en el discurso camporista, lo cual produce un “fenómeno muy gracioso”: el “ferreterismo” (una forma de nombrar la política industrialista de Moreno) hace metástasis en internas ajenas.

Moreno, señala Rebord, al menos sí tenía una interna con contenido programático real con Axel Kicillof: cuestionamientos a su gestión económica, críticas a la devaluación de 2014, y acusaciones de mantener una orientación más socialdemócrata o globalizante. En cambio, la interna Axel–La Cámpora no se sostiene en argumentos sólidos. “El otro no lo tiene. Frente al vacío, se nutren de tuercas y bulones”, ironiza.

Rebord y Guillermo Moreno (imágen creada por un usuario de Twitter a través de inteligencia Artificial, basado en shingeki no kyojin)

El dilema más profundo, entonces, se resume en una cuestión de autonomía. Kicillof, figura surgida del riñón kirchnerista, enfrenta el viejo fantasma: ¿puede un producto político del kirchnerismo construir autonomía sin traicionar su origen? Rebord sugiere que Kicillof enfrenta un momento de definición, en el que posiblemente deba ensayar una “traición creativa” para afirmarse como líder autónomo.

La descripción se vuelve más dramática cuando Rebord apunta que la crisis interna bonaerense es también un síntoma nacional. Ese mismo día, afirma, fue uno de los peores para el gobierno de Milei, mientras en simultáneo, Juan Grabois prendía fuego el set de Sensacional con una intervención explosiva. En un acting que mezcla esquizofrenia y precisión quirúrgica, Grabois lanza: “El anfitrión tiene el deber de garantizar las condiciones del invitado”. Un comentario aparentemente banal, pero que, como señala Rebord, en realidad funcionaba como trampolín para hablar… de la Provincia de Buenos Aires.

Grabois, otro actor clave del panperonismo, también parece querer disputarle a Kicillof el centro de gravedad bonaerense. La Provincia es hoy la arena de todas las batallas y, como advierte Rebord, el hecho de que el debate interno no esté dotado de ideas claras no lo vuelve menos relevante. Al contrario: lo vuelve más volátil, más peligroso, más crudo. Si la pelea es solo por quién manda, el desenlace es imprevisible.

Lo que queda flotando, como una advertencia, es que el peronismo bonaerense está atravesando un proceso de redefinición profunda. Uno donde los símbolos ya no bastan, los liderazgos están en disputa, y donde incluso los actores más tradicionales podrían verse forzados a tomar decisiones que desafían su propia historia.

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