El brutal ataque que sufrió el periodista Roberto Navarro en pleno centro porteño encendió alarmas en todo el arco político, sindical y periodístico. La agresión física, perpetrada por la espalda, ocurre en un contexto cada vez más hostil hacia la prensa, impulsado desde el propio Presidente Javier Milei, quien días atrás declaró que “la gente no odia lo suficiente a los periodistas”.
Navarro, director de El Destape, fue golpeado en la cabeza pero logró llegar por sus propios medios a una clínica y se encuentra fuera de peligro. Sin embargo, el hecho no puede leerse como un caso aislado: se da en un clima social cargado de tensión, donde el discurso oficial viene construyendo un enemigo interno en cada voz crítica.
Del agravio presidencial a la violencia callejera
El mensaje de Milei no es inocuo. La frase sobre “odiar más” a los periodistas no fue un exabrupto ni una ironía: fue una señal política. Una señal que habilita, que legitima y que alienta. Las consecuencias están a la vista. Como bien advirtió Rodolfo Aguiar, secretario general de ATE, “hoy la violencia en la Argentina es institucional y se ejerce desde las más altas esferas del poder”.
Lo mismo expresó el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA), que denunció el clima de persecución y hostigamiento que viene creciendo desde el inicio del gobierno libertario: “No se puede naturalizar que se agreda a periodistas porque un Presidente los insulta desde el atril o desde Twitter”.
“Las palabras del Presidente tienen consecuencias”
La lista de repudios es extensa y transversal. Desde el Frente de Izquierda hasta sectores del radicalismo, pasando por dirigentes sindicales, diputados peronistas y referentes sociales. Todos coincidieron en que el discurso del odio se está traduciendo en hechos concretos, y que Javier Milei tiene responsabilidad directa.
El diputado Esteban Paulón vinculó el ataque a Navarro con el reciente episodio de censura al periodista Fabián Waldman, a quien se le negó el ingreso a Casa Rosada: “Las palabras del Presidente pesan y generan consecuencias”.
Por su parte, la legisladora Victoria Montenegro fue contundente: “Hace pocos días Milei decía que la gente no odia lo suficiente a los periodistas. Hoy Roberto Navarro terminó en el hospital. El Presidente es el principal responsable del incremento de la violencia social”.
El odio como estrategia de gobierno
No se trata solo de palabras desafortunadas. El discurso del odio se ha convertido en una herramienta de gobierno. Javier Milei no solo ataca a la prensa: estigmatiza a los movimientos sociales, insulta a diputados, niega a las víctimas del terrorismo de Estado y promueve un ajuste brutal sobre los sectores más vulnerables.
La agresión a Navarro se inscribe en esa lógica: no es un hecho aislado, es parte de un ecosistema tóxico donde se busca silenciar, humillar o castigar toda voz que cuestione el relato oficial. Como advirtió el jefe del bloque de Unión por la Patria, Germán Martínez: “Urge que, desde Milei para abajo, terminen con las agresiones a periodistas”.
La libertad de expresión, bajo amenaza
La gravedad del hecho radica en que atenta contra un derecho fundamental: la libertad de prensa. Si los periodistas deben temer por su integridad física al salir a la calle, si el gobierno los convierte en blanco, si se naturaliza la violencia como forma de respuesta, entonces la democracia entra en una zona de riesgo.
Hoy la agresión fue a Navarro. Mañana puede ser a cualquier otro. Porque cuando el odio se convierte en política de Estado, nadie está a salvo.