Mientras el mundo observaba cómo los líderes internacionales daban un respiro a las tensiones geopolíticas, el presidente de Argentina, Javier Milei, no cedió en su habitual retórica de ataques hacia quienes se oponen a su visión. Esta vez, el blanco de su furia fueron los periodistas. El 19 de abril, Milei subió a su cuenta de X un mensaje incendiario titulado en mayúsculas: “PERIODISTAS MENTIROSOS”, en un claro intento por desacreditar y deslegitimar a la prensa que no lo respalda. En un tono exacerbado, denunció el tratamiento que ciertos medios hicieron sobre su política económica y los tildó de “sicarios con credencial de supuestos periodistas”. Una vez más, el mandatario no escatimó en insultos: “Basura mentirosa” y “imbéciles” fueron algunos de los términos que usó para descalificar a quienes, según él, distorsionan la realidad de su gestión.
La violencia verbal como herramienta de poder
Lo que resulta alarmante en este patrón de comportamiento es que no se trata de un simple desacuerdo. Miles de personas no compartiendo una política o declaración es, en principio, parte natural de la democracia. Sin embargo, cuando el presidente recurre a la descalificación constante y desmedida de los periodistas, su actitud se convierte en un ataque sistemático a las bases mismas del debate democrático. No es solo un desacuerdo con las ideas: es un intento por eliminar al crítico, por despojarlo de su legitimidad como actor dentro del espacio público.
Milei no solo descalifica, sino que insiste en que su propio relato es la única verdad válida. Según su perspectiva, si la gente “conociera mejor” a los periodistas, los odiarían incluso más que a los políticos. Este tipo de afirmaciones, además de ser peligrosas, muestran un patrón autoritario, que no tolera la crítica y busca, en cambio, moldear la opinión pública a través de la intimidación. El presidente parece ignorar que la función del periodismo no es aplaudir el poder, sino cuestionarlo, desafiarlo y exponerlo a la luz de la verdad, por incómoda que sea.
¿Por qué ataca Milei a los periodistas?
En la semana previa a este ataque, Milei ya había cargado contra figuras clave del periodismo argentino, como Joaquín Morales Solá, a quien tildó de “imbécil” y acusó de “envenenar” a los argentinos con su pluma. En este contexto, se puede intuir que los ataques de Milei no son casuales, sino que forman parte de una estrategia calculada para deslegitimar cualquier forma de disidencia que provenga de los medios de comunicación. Este tipo de ataques no solo afectan la imagen pública de los periodistas, sino que desestabilizan el clima de libertad de expresión, pilar esencial de cualquier democracia sana.
La retórica presidencial: ¿un ataque a la democracia?
Lo que más resalta en estos episodios no es solo la virulencia de los ataques, sino la constante acusación de “mentirosos” que subyace en ellos. En un país con una tradición democrática aún frágil, donde las instituciones necesitan ser reforzadas constantemente, este tipo de actitud presidencial se convierte en un ataque directo a la pluralidad de voces y al derecho de los ciudadanos a informarse de manera objetiva. Milei parece convencido de que su visión de la realidad es la única correcta, y que cualquier información que no coincida con ella es, por ende, falsa. Esto no solo erosiona la confianza en los medios, sino que contribuye a la creación de un ambiente donde el disenso es castigado en lugar de ser promovido.
En un sistema democrático, el periodismo juega un rol crucial al equilibrar el poder y dar voz a los sectores que no están representados en el discurso oficial. Cuando un presidente descalifica a la prensa, no solo está atacando a los individuos o los medios en particular, sino que está socavando el derecho de los ciudadanos a recibir información imparcial y diversa. Milei, al optar por la confrontación constante, está apostando por una lógica de poder basada en la polarización y la eliminación del adversario, en lugar de una democracia construida sobre el respeto al disenso y el debate.
Conclusión: ¿Dónde queda la democracia?
El ataque sistemático de Javier Milei a los periodistas que no lo aplauden no es simplemente un capítulo más de la “rosca” política. Es una señal inquietante sobre las intenciones de un gobierno que se siente amenazado por la crítica y que parece dispuesto a reducir la pluralidad informativa a la mínima expresión. Este tipo de ataques, disfrazados de “defensa de la verdad”, más bien reflejan el temor de un poder que no sabe manejar la crítica y que, al atacar a los periodistas, está atacando a la democracia misma.
En lugar de fomentar un espacio de diálogo, donde se discutan ideas con respeto, el presidente opta por deslegitimar a aquellos que piensan diferente. La pregunta que queda es: ¿quién controla la narrativa cuando el poder se encarga de callar a los que lo cuestionan?