El Papa Francisco frente a Milei: una voz moral que incomodó al poder

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Durante su pontificado, el Papa Francisco nunca esquivó el conflicto cuando se trató de defender los derechos de los más vulnerables. Y con el gobierno de Javier Milei, esa coherencia se transformó en tensión abierta. En un contexto de crisis social y empobrecimiento generalizado, las críticas del Papa resonaron como una interpelación directa a una administración que, con el aval de sectores de poder económico, promueve un modelo profundamente regresivo en términos sociales y éticos.

Desde sus intervenciones públicas, Jorge Bergoglio cuestionó con firmeza las bases ideológicas del gobierno libertario: el desprecio por la justicia social, la exaltación de la meritocracia como único motor de progreso, la represión de la protesta y la consolidación de una economía que favorece la acumulación de unos pocos a costa del empobrecimiento de las mayorías.


La denuncia del Papa: una advertencia ética al modelo libertario

En uno de sus mensajes más contundentes, el Papa denunció la represión con “gas pimienta de primera calidad”, en clara alusión a la violencia ejercida por las fuerzas de seguridad sobre manifestantes. Lejos de tratarse de una metáfora, sus palabras expusieron el carácter represivo de un gobierno que, ante la protesta social, responde con palos, gases y detenciones arbitrarias.

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Francisco también reafirmó su respaldo a los movimientos populares, destacando su rol en la defensa de los derechos básicos. “Si no reclaman, no gritan, no luchan, no despiertan conciencias, las cosas van a ser más difíciles”, dijo, desmarcándose así del discurso oficial que criminaliza toda forma de organización social y lucha colectiva.


Contra la meritocracia y la acumulación sin límites

Uno de los pilares discursivos del gobierno de Javier Milei es la meritocracia entendida como única vía legítima de ascenso social. Francisco, en abierta oposición, denunció esa narrativa como funcional a la exclusión: “Acumular no es virtuoso, distribuir, sí”, sentenció. En una Argentina marcada por el crecimiento de la pobreza, la frase del Papa desnudó la desigualdad estructural que el gobierno se niega a reconocer.

Lejos de la visión individualista y darwinista del mileísmo, el Papa insistió en que “tierra, techo y trabajo son derechos sagrados”. La afirmación es mucho más que una consigna religiosa: es una toma de posición contra las políticas de ajuste, despidos masivos, y pérdida de poder adquisitivo que sufre hoy gran parte de la población.


Corrupción y cobardía política: dardos al círculo de poder

En otro tramo de sus declaraciones, Francisco aludió a un caso de corrupción que involucraría a un ministro argentino pidiendo coimas a un inversor extranjero. Sin dar nombres, lanzó una frase que caló hondo: “El diablo entra por el bolsillo”. En el contexto de las denuncias que pesan sobre algunos integrantes del gabinete de Milei, la advertencia no pasó desapercibida.

Además, criticó a los legisladores que cambian sus votos por conveniencia personal, en aparente referencia a lo ocurrido en el Congreso argentino con las recientes leyes del oficialismo. “La cobardía lleva a muchos políticos a cambiar sus convicciones por sus conveniencias”, lamentó. La frase desnudó el entramado de presiones, negociaciones y traiciones que atraviesa la política argentina bajo el gobierno actual.


El gobierno responde con cinismo y desdén

Lejos de tomar las críticas como un llamado a la reflexión, el gobierno respondió con desdén. El vocero presidencial, Manuel Adorni, minimizó las declaraciones del Papa, mientras que figuras como Jorge Macri intentaron marcar distancia. La reacción fue predecible: cada vez que se cuestiona al gobierno desde una posición ética o humanista, la respuesta es desacreditar al interlocutor o acusarlo de comunista. De hecho, el Papa lo anticipó con ironía: “Esto no es comunismo, es el Evangelio”.


Un choque de modelos

La tensión entre Francisco y Milei refleja algo más profundo que una disputa entre personalidades: es el choque entre dos visiones del mundo. Una que cree en la dignidad humana, la organización popular y la solidaridad como pilares de una sociedad justa; y otra que promueve la lógica del mercado como medida de todo, despreciando a quienes quedan fuera del sistema.

Las palabras del Papa no solo incomodaron al poder político, sino también al económico. Su defensa de los más humildes, en un momento donde se intenta disciplinar a la sociedad con miedo y precariedad, fue un acto de coraje moral. Y también un recordatorio: frente a la crueldad del ajuste, sigue habiendo voces que no callan.

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