El Fondo Monetario Internacional volvió a quedar en el centro de la polémica en Argentina. Esta vez, no por los números del ajuste ni por las condiciones de su préstamo, sino por algo más grave: una posible intromisión directa en la política interna del país. La responsable es nada menos que Kristalina Georgieva, la actual directora del organismo, que en una declaración pública manifestó su apoyo a los candidatos del oficialismo encabezado por Javier Milei.
Las repercusiones no tardaron en llegar. Uno de los más duros fue Claudio Loser, exdirector del FMI para el Hemisferio Occidental, quien calificó de “anormal” y “no correcto” el accionar de Georgieva. “Me sorprendió un poco que haya dicho eso, podría haber sido más astuta”, dijo, en una crítica que pone en evidencia algo que muchos ven con preocupación: el Fondo no se está limitando a prestar dinero, también parece querer influir en quién lo administra.
¿El FMI elige gobiernos?
Las palabras de Georgieva, que fueron luego matizadas sin negar el mensaje original, revivieron un viejo fantasma: el del FMI como actor político, no sólo económico. Y en ese marco, lo que está en juego no es sólo la neutralidad diplomática, sino la soberanía democrática.
Para el Partido Justicialista, no hay dudas: se trató de una clara “intromisión electoral”. En un comunicado oficial, el PJ recordó que la democracia argentina fue duramente conquistada y defendida a lo largo de décadas, y que ningún organismo extranjero tiene derecho a decirle al pueblo cómo votar.
“Nos costó demasiado conseguir la libertad de votar como para someter esa decisión al FMI”, dijeron. Y fueron más allá: compararon este respaldo con el préstamo político que el Fondo le dio a Mauricio Macri en 2018, que terminó en una crisis económica profunda y un nuevo ciclo de endeudamiento sin resultados visibles.
¿Qué hay detrás de este apoyo?
La pregunta clave es por qué Kristalina Georgieva decidió, en plena campaña, hacer una declaración que claramente favorece a un gobierno que está a mitad de camino y con una economía profundamente golpeada. Claudio Loser fue tajante: “Sin el dinero del Fondo, este Gobierno no llegaba a octubre”. Y si bien evitó decir que fue “un aporte de campaña”, dejó claro que no hacían falta los fuegos artificiales para mostrar apoyo.
Lo cierto es que la neutralidad del FMI queda en entredicho. No se trata solo de firmar acuerdos y revisar balances: una declaración de apoyo político por parte de la directora del Fondo a un gobierno deudor en plena campaña electoral es, como mínimo, un error institucional. Y como máximo, una forma de condicionar la voluntad de los votantes con la promesa (o amenaza) del respaldo financiero.
Un organismo con poder, pero sin votos
Lo más preocupante de este episodio no es sólo el mensaje que dejó, sino lo que representa: un Fondo Monetario que parece más cómodo en el rol de actor político global que en el de organismo técnico y financiero.
Kristalina Georgieva, al tomar partido por una fuerza política en Argentina, rompe con décadas de prudencia institucional y pone en jaque la relación entre el FMI y los países deudores. Y si bien luego intentó suavizar sus dichos, el daño ya está hecho.
La pregunta es: ¿puede un organismo internacional que condiciona la economía de un país también decirle a su gente a quién debe votar?