El lunes 23 de junio, el precio del petróleo vivió una jornada de alta volatilidad: primero se disparó por temores geopolíticos y luego cayó abruptamente tras movimientos especulativos en los mercados. En pocas horas, el valor del barril pasó de registrar subas significativas a desplomarse más de un 7 %, en una verdadera montaña rusa financiera.
El aumento inicial respondió al temor de una posible interrupción en el suministro global de crudo. La tensión creció tras una nueva escalada en Medio Oriente, con Irán advirtiendo sobre un posible cierre del estratégico estrecho de Ormuz. Este canal es clave para el comercio de hidrocarburos, y cualquier amenaza a su operatividad genera impacto inmediato en los mercados energéticos.
Frente a ese escenario, los inversores apostaron a una suba del petróleo como valor refugio. Sin embargo, cuando la posibilidad de un conflicto inminente se disipó, los fondos comenzaron a tomar ganancias, lo que generó una ola de ventas masivas. Esta reacción provocó una caída drástica en los precios, mostrando cuán sensibles son las cotizaciones a las noticias políticas y los movimientos especulativos.
Analistas señalan que esta clase de fluctuaciones se han vuelto más frecuentes por la combinación de incertidumbre internacional, menor regulación financiera y una mayor participación de algoritmos en las operaciones bursátiles. Según informes recientes, el petróleo es hoy uno de los activos más expuestos a factores no estructurales, como rumores, declaraciones y operaciones de corto plazo.
Mientras persistan los focos de conflicto en zonas clave para el abastecimiento energético, los mercados seguirán inestables. La Agencia Internacional de Energía advirtió que este tipo de oscilaciones no sólo afectan a los inversores, sino también a la economía global, dado que el precio del crudo influye en la inflación, el transporte y la producción de alimentos.