La confirmación de la condena a prisión e inhabilitación perpetua contra Cristina Fernández de Kirchner no solo sacudió el tablero político argentino: también volvió a activar una de las fuerzas más potentes del peronismo kirchnerista: la calle.
Frente a la sede del Partido Justicialista, en la calle Matheu, miles de militantes, agrupaciones políticas y sindicales se congregaron desde temprano con un mensaje claro: “Cristina no está sola”. Lo que en un primer momento fue una vigilia expectante, se transformó en una demostración popular de resistencia política, cargada de símbolos, cánticos históricos y una emocionalidad oscilante entre la bronca, la tristeza y la esperanza.
Las primeras imágenes mostraron una convocatoria predominantemente juvenil, con fuerte presencia de La Cámpora y gremios como Secasfpi, sumados a columnas del Movimiento Evita, Nuevo Encuentro, Kolina y la Juventud Universitaria Peronista. El ambiente fue mutando con el correr de las horas: la espera del fallo judicial fue, al mismo tiempo, un acto de reafirmación política colectiva.
Cuando se conoció la decisión de la Corte Suprema, que ratificó la condena por la causa Vialidad, la reacción fue espontánea. La militancia respondió con cánticos y banderas flameando, pese a que muchos ya intuían el desenlace. El mensaje de Cristina, desde el histórico balcón del PJ, fue acompañado con gritos, lágrimas y rabia contenida: la figura de la exmandataria volvió a cristalizarse como símbolo de una lucha política que sus seguidores consideran aún abierta.
Cristina, flanqueada por su hijo Máximo Kirchner y su cuñada Alicia, interpeló directamente al poder judicial y al gobierno de Javier Milei. El “Amén” que lanzó al eco de un insulto contra Clarín, los cuestionamientos a Macri y la afirmación de que “no nos profugamos como la derecha mafiosa” generaron una ovación instantánea. El pueblo cristinista no solo la escucha, la celebra: la transforma en bandera.
Mientras tanto, el clima en la calle condensaba la dimensión emocional del peronismo kirchnerista. Hubo quienes lloraron, otros cantaron con más fuerza. Todos, sin distinción, expresaron un rechazo claro al fallo, a la Corte y a lo que consideran un nuevo capítulo del lawfare. La consigna “Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar” volvió a resonar como en los peores momentos de la persecución judicial contra la exmandataria.
El acto también reveló las tensiones internas del Frente de Todos. Aunque Axel Kicillof y Sergio Massa estuvieron presentes, hubo silbidos y cánticos de advertencia. Las diferencias entre la militancia dura y los sectores más moderados del peronismo quedaron expuestas. Sin embargo, frente al golpe judicial, las diferencias se disolvieron parcialmente en un frente común: la defensa política de Cristina como figura proscripta.
La movilización fue más que un acto de apoyo. Fue un mensaje político hacia adentro y hacia afuera: hacia una Justicia que la militancia percibe como funcional a intereses económicos concentrados, y hacia un gobierno que, para ellos, se envalentona con el retroceso de derechos sociales. La reacción popular dejó claro que el fallo judicial no desactiva el poder simbólico del kirchnerismo, sino que, por el contrario, lo revitaliza en su núcleo duro.
Durante la desconcentración, algunas columnas se dirigieron hacia la casa de Cristina en Constitución, donde la exmandataria saludó desde el balcón. El gesto, simple pero potente, ratificó el vínculo personal que aún mantiene con su base militante, a pesar de los años, las causas judiciales y los embates del poder.
Lo que queda claro es que la condena no termina con Cristina Kirchner. Más bien, abre una nueva etapa en la que el peronismo —especialmente su ala más combativa— parece dispuesto a volver a ocupar las calles como territorio político. En una Argentina convulsionada, la escena frente al PJ no fue solo una manifestación: fue una advertencia.