Francisco, el Papa argentino y la política del pueblo: entre la teología y el peronismo

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La muerte del Papa Francisco en Pascuas no sólo marca el fin de un papado, sino que también abre una ventana para repensar el modo en que Jorge Bergoglio entendió —y ejerció— el poder político desde Roma. Su vínculo con el peronismo, aunque esquivo y nunca explícitamente partidario, deja huellas que trascienden los gestos religiosos y se inscriben en la historia política argentina.

Del antiperonismo familiar a la teología del pueblo

Bergoglio creció en una familia radical y antiperonista. En su juventud, no militó ni simpatizó con el movimiento justicialista, algo que él mismo aclaró públicamente. Sin embargo, su trayectoria posterior muestra un acercamiento conceptual a algunas de las matrices ideológicas del peronismo, especialmente a partir de los años setenta, cuando comenzó a interesarse por el pensamiento social latinoamericano y la teología contextual.

Fue allí donde se conectó con figuras como Amelia Podetti, Lucio Gera o Juan Carlos Scannone, quienes formaron parte del núcleo fundador de la Teología del Pueblo, una vertiente argentina de la teología de la liberación que no se centró en la lucha de clases sino en las nociones de pueblo, cultura y religiosidad popular. En este esquema, el pueblo no es una categoría de clase sino una unidad espiritual, cultural y política, una forma de estar en el mundo.

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¿Francisco peronista? No, pero…

El Papa fue claro: no se consideró nunca peronista. Pero también dijo que, en caso de tener una concepción política similar, “¿qué tendría de malo?”. La clave está en distinguir lo partidario de lo doctrinario. Francisco no adscribió al peronismo como movimiento político, pero compartió —y difundió— varios de sus principios: justicia social, defensa de los humildes, rol activo del Estado y construcción de comunidad.

Ese punto de contacto no es menor. En un tiempo donde buena parte de la dirigencia política promueve el individualismo, el desguace estatal y la meritocracia como horizonte moral, Francisco defendió la política como herramienta de transformación social y denunció “la mano invisible del mercado” como insuficiente para construir equidad.

Sus discursos en los últimos años fueron abiertamente críticos con el orden neoliberal global: habló de exclusión, de descarte, de especulación financiera y de la necesidad de una “economía con alma”. Su propuesta de “la economía de Francisco” reunió a miles de jóvenes para pensar otro modelo económico: uno humano, inclusivo, centrado en el bien común. Si eso no es político, ¿qué lo es?

Política sin partido: la lógica franciscana

Francisco trazó una línea clara: no hacer política partidaria, pero sí una política del Evangelio. Desde esa perspectiva, su discurso interpela a los sistemas de poder y privilegio sin necesidad de alinear banderas. Recuperó el valor de la ética, de la solidaridad, del trabajo digno. En otras palabras, humanizó el poder. No desde una oficina, sino desde la calle, las periferias, los márgenes.

En ese sentido, su legado se parece más al Perón cultural que al Perón institucional. Coinciden en la apelación al pueblo como sujeto histórico, en la defensa del proyecto colectivo por encima del individuo, en la primacía del tiempo y los procesos por sobre los cargos y la inmediatez. Como decía Francisco: “el tiempo es superior al espacio”, y como decía Perón: “mejor que decir es hacer”.

Entre el Vaticano y la Argentina: la incomodidad de los símbolos

La relación entre Francisco y la dirigencia argentina siempre fue incómoda. Demasiado cercano a los movimientos sociales para la derecha, demasiado imprevisible para el progresismo, el Papa quedó —muchas veces— atrapado en interpretaciones forzadas. Sin embargo, desde el Vaticano, construyó un liderazgo simbólico que desbordó a la Iglesia y se proyectó sobre el debate político nacional.

Para el liberalismo económico que hoy ocupa el poder en Argentina, Francisco representa casi un antagonista conceptual: critica el asistencialismo vacío, pero también denuncia el ajuste brutal. Pide responsabilidad fiscal, pero no a costa de vidas humanas. Su visión del Estado como garante de derechos sociales choca con el paradigma libertario que prioriza el goce individual y la autorregulación del mercado.

Un Papa del sur con mirada estratégica

Francisco entendió la política no sólo como gestión del presente, sino como pedagogía del futuro. Propuso una “cultura del encuentro” frente al odio, y una visión estratégica donde el todo es superior a las partes, la realidad es superior a la idea, la unidad prevalece sobre el conflicto y el tiempo es más importante que el espacio. Estos cuatro principios, formulados en documentos como Evangelii Gaudium y Fratelli Tutti, son una verdadera arquitectura política que excede lo eclesial.

Tal vez por eso, como dijo un analista cercano, Perón no diría que Francisco es peronista. Diría: “Perón es francisquista”.

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