La respuesta de Axel Kicillof a la detención de Cristina Fernández de Kirchner no fue solo emocional: fue política. Frente a un escenario que alteró de raíz la estructura del peronismo, el gobernador bonaerense optó por un mensaje que, más que brindar certezas, reflejó el shock institucional que atraviesa el país. Su frase —“estamos en otro país”— no es solo un diagnóstico del presente, sino una señal de alarma sobre el nuevo orden político que emerge tras la decisión de la Corte Suprema.
Kicillof evitó pronunciarse de forma taxativa sobre cuestiones claves como el calendario electoral bonaerense o un eventual indulto presidencial en caso de llegar a la Casa Rosada. Pero su postura tiene una lectura más profunda: no hay condiciones de normalidad democrática cuando la principal figura opositora es condenada y detenida tras oficializar su candidatura. La escena recuerda a episodios recientes de la región, como la prisión de Lula Da Silva en Brasil, que también alteró la dinámica política y electoral del país vecino.
Un fallo que reconfigura todo
“Este fallo es una vergüenza”, afirmó el mandatario bonaerense en diálogo con Cenital. Lejos de tomar una postura técnica o legal, Kicillof encuadró la sentencia en un marco político más amplio, al que definió como “terremoto judicial”. Para él, no se trata de un caso judicial común, sino de una avanzada del poder económico y mediático sobre la democracia.
El gobernador no esquivó la dimensión simbólica del momento: “Todavía no me termino de acomodar a esta situación por la gravedad que tiene”. Esas palabras reflejan la parálisis y, al mismo tiempo, la necesidad de una nueva estrategia dentro del movimiento peronista. La condena a CFK, según Kicillof, marca un punto de inflexión que obliga a reconfigurar el tablero político, desde la militancia hasta las decisiones institucionales.
Silencios tácticos y señales implícitas
A pesar de las especulaciones, Kicillof no confirmó si se mantendrá el cronograma electoral de la provincia de Buenos Aires. Tampoco respondió de forma directa sobre si indultaría a Cristina si llegara a ser presidente. Sus evasivas pueden leerse como una maniobra táctica: no quedar atrapado en definiciones prematuras en medio del shock, sin por eso abandonar el respaldo explícito a la exmandataria.
No obstante, dejó claro que la prisión de CFK no solo afecta a su figura, sino que representa un riesgo para todo el sistema político argentino. “Estamos todos un poco conmovidos y choqueados”, dijo, como si hablara en nombre de una dirigencia sin brújula. Y agregó con dureza: “¿Quién va a venir a un país donde el partido judicial da, quita libertades y todo tipo de situaciones sin motivo?”.
¿Una defensa de CFK o un rediseño del liderazgo?
Kicillof fue uno de los primeros dirigentes de peso en pronunciarse tras el fallo, pero lo hizo con un tono más institucional que emotivo. No apeló al dramatismo sino al diagnóstico. Planteó que lo que está en juego es mucho más que el futuro inmediato de CFK: es la legitimidad de todo un sistema democrático en riesgo de ser condicionado por el poder judicial.
Mientras otros sectores del peronismo clamaban por organizar la resistencia en las calles, Kicillof optó por hablar de profundidad estructural, de crisis de reglas y de un país que “cambió de golpe”. No es menor: quizás esté ensayando una narrativa propia que lo despegue del todo o nada, pero sin renunciar al corazón del kirchnerismo.
Conclusión: el inicio de una transición incierta
La reacción de Kicillof no fue la de un dirigente aislado, sino la de un gobernador con aspiraciones nacionales que intenta leer una nueva etapa sin mapa claro. Su insistencia en que “Cristina no tiene que estar presa” convive con su necesidad de mantener cierto equilibrio institucional. Su “estamos en otro país” puede interpretarse, en definitiva, como el primer intento serio dentro del peronismo de reubicar el eje discursivo tras el golpe judicial: no para reemplazar a CFK, sino para evitar que su condena paralice al movimiento.