La reciente ofensiva de Israel sobre Irán marca un punto de inflexión geopolítico en Medio Oriente. En nombre de frenar el presunto avance del programa nuclear iraní, Israel ha atacado directamente la estructura militar que sostiene el poder del Ayatolá Alí Jameneí, el líder supremo de la República Islámica. Pero detrás del argumento de la “seguridad regional” se perfila una operación más ambiciosa: desestabilizar al régimen teocrático y reconfigurar el equilibrio de poder en la región.
🇮🇷 ¿Por qué Israel ataca ahora?
El ataque del 12 de junio no solo dejó más de 200 civiles muertos en Irán, sino que eliminó a figuras clave del aparato militar, incluyendo el jefe del Estado Mayor y líderes de la Guardia Revolucionaria. Pero la pieza clave para el poder iraní sigue en pie: el Ayatolá Alí Jameneí, en el cargo desde 1989.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, lo dejó claro: el verdadero objetivo sería la caída de Jameneí. Lo confirmó en declaraciones públicas donde afirmó que su asesinato “pondría fin al conflicto”. Lejos de condenar esas amenazas, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, avaló el discurso y solo aclaró que “por ahora” no lo eliminarán. Una amenaza sin disimulo que refuerza la presión sobre el régimen iraní.
🛑 ¿Está en crisis la teocracia iraní?
La situación interna de Irán no es la más sólida. El régimen ya venía golpeado por:
- La muerte del presidente Ebrahim Raisi, considerado el heredero político de Jameneí.
- Las protestas masivas de 2022 por el asesinato de Mahsa Amini, bajo el lema “Mujer, Vida y Libertad”.
- Pérdidas estructurales en la cúpula militar, ahora aceleradas por los ataques israelíes.
Aun así, analistas como Said Chaya y Raz Zimmt coinciden en que el régimen no está por caer inmediatamente. Las amenazas externas tienden a unificar a la sociedad iraní en defensa de su soberanía. Como apunta Chaya: “La guerra une, la paz divide”.
⚖️ ¿Cambio de régimen o conflicto regional?
Desde Washington y Tel Aviv no se oculta el interés por forzar un cambio político en Irán. No necesariamente con una invasión directa, sino generando las condiciones internas para que el régimen colapse desde adentro. En palabras de Trump: “Tengo un plan para todo”.
Este tipo de intervenciones no son nuevas. Estados Unidos ya promovió en 1953 un golpe de Estado en Irán, cuando derrocó al primer ministro elegido democráticamente, Mohammad Mosaddegh, por sus intentos de nacionalizar el petróleo. Hoy, la historia parece repetirse con nuevos actores y herramientas.
🕋 ¿Qué representa el Ayatolá en el tablero global?
Jameneí no es solo un líder religioso, sino el centro neurálgico del régimen iraní. Como guía supremo, controla:
- El Ejército y las fuerzas de seguridad.
- La Guardia Revolucionaria y su brazo externo: Hezbollah.
- El Consejo de Guardianes, que decide quién puede ser candidato a cargos públicos.
- La política exterior, la represión interna y hasta los contenidos escolares.
En lo internacional, Jameneí jugó un rol decisivo en:
- La guerra civil en Siria, apoyando a Bashar al-Assad.
- La expansión de Hezbollah como fuerza regional.
- El ataque a Arabia Saudita en 2019.
- La firma del Acuerdo Nuclear de 2015 (desactivado luego por Trump).
🧠 Un poder colectivo más que personal
Aunque su figura es central, Jameneí no gobierna solo. Forma parte de una élite clerical que define las estrategias del régimen. Como explica Chaya: “Él reproduce un discurso que ya está armado. Es más símbolo que ejecutor”. Por eso, aunque su caída sería un golpe durísimo, el sistema tiene capas de reemplazo que dificultan una implosión inmediata.
🌐 Conclusión: Irán resiste, pero está en jaque
La ofensiva militar de Israel y las amenazas públicas de Estados Unidos configuran una peligrosa escalada regional, con consecuencias globales. El objetivo estratégico parece claro: romper el eje Irán–Hezbollah–Siria y frenar su influencia sobre Irak, el Líbano y Palestina.
Pero, como ya ocurrió en Irak, Libia o Afganistán, derrocar un régimen no garantiza estabilidad. Y la unidad nacional que despierta el enemigo externo puede postergar cualquier apertura democrática.
Irán está cercado, vulnerable y a la defensiva, pero su caída aún no está asegurada. En cambio, el riesgo de una guerra regional abierta es más real que nunca.